16 Oct Sociedades Emprendedoras: Las abejas domésticas y el hombre
Por Leopoldo García Berrizbeitia
Editor revista ePets
Caracas.- (eReporte).- Si “La necesidad es la madre de los inventos” y emprender, es la acción de poner nuestra imaginación para la proyección y aceptación de los mismos. Domesticar abejas, es un emprendimiento complicado y tiene larga cronología. Hay datos que demuestran que el hombre comía miel hace 3 millones de años, esta era parte de sus metas, en las salidas de recolección de sus grupos trashumantes.
Cuando el hombre se hizo más sedentario y empezó a vivir en pueblos o ciudades, la domesticación de las abejas tuvo mucho sentido. Hay registros que esta se practicó por emprendedores de la civilización Minoica de Grecia entre 2.700 y 1.450 antes de Cristo y en la actualidad, datos históricos, basados en la elaboración de panales ubican la práctica en Egipto, la India y otros lugares de Asia.
La miel se atesora como alimento, antiséptico y cosmético, valores reconocidos tanto por los europeos y asiáticos, como por las naciones indígenas del nuevo mundo. Estas, ya cosechaban el producto de abejas, desde Mesoamérica hasta la Amazonia, mucho antes que los europeos pusieran pie en las Américas.
La relación de interdependencia entre el hombre y este insecto ha obligado a ambos a establecer una relación íntima entre estas dos especies. Las abejas domesticadas proceden de cepas de abejas de distintos orígenes, pero todas vienen de insectos del viejo mundo (Eurasia y África) en particular Inglaterra, Francia, Portugal, España, Italia y África sur del Sahara.
En Venezuela, Elvira Fernández dueña de la tienda Galanga en el Mercado de Chacao, ha llevado a las mesas y restaurantes de Caracas el gusto por la miel de estaciones florales. Su empeño la ha llevado a visitar apicultores de todo el país, para rescatar el producto de las abejas cuando los araguaneyes, y el bototo pintan de amarillo los llanos y el bucare hace lo suyo con paletas anaranjadas y rosadas, mientras cubren los cafetales del piedemonte andino y montañas de la Cordillera de la Costa.
Para los amantes del rico líquido ámbar, Fernández tiene miel de flores de mastranto, guamo, tara, (árbol de flores amarillas) y mango, que guardan la fragancia de las respectivas flores que las abejas van cambiando con la llegada del verano, las lluvias y sus temporadas de transición. El paladar entrenado de esta emprendedora reconoce por el aroma, la miel que compra.
Además, su fina atención a los apiarios que cuidan miembros y amigos de su familia, permite a sus laboriosas socias, con sus viviendas al borde de las selvas al sur de Caracas, disponer de una mesa biodiversa en aromas, azúcares, colores y densidad; todo esto, mientras los humanos enfrentan los embates de la naturaleza para proteger el divino tesoro que guardan en sus panales.
Experiencia en un apiario
Las sesiones de grabación y fotografía de este trabajo se realizaron en apiarios donde residían abejas africanizadas. Estos insectos son producto del cruce de sus primas más dóciles de Europa con una especie de abeja que vive en África Central, que además de ser más productiva en zonas más calientes, también son más agresivas en su conducta protectora de la colonia.
En principio, se esperaba una “mal recibimiento” por parte de estas belicosas guerreras, cuyo zumbido se iba incrementando con tan solo percibir las vibraciones de las pisadas. Todos los novatos estaban recelosos y asustados, pues los apicultores comentaron que en horas más calientes, podrían salir más de 300 mil abejas a defender todos los panales.
Preventivamente, el humo de los fuelles ahumadores ingresó por la entrada del panal obligando a las abejas a retroceder. Estas respondían al humo, y se sabe que las obreras moverán sus alas adentro de la colmena para hacer circular el aire y sacar el humo de las mismas. Al sacar los panales del apiario, las abejas ya estaban en guardia pero afortunadamente no atacaron a nadie.
Los ojos clínicos de los apicultores podían determinar si la colmena estaba creciendo, cuántas celdas reales había en ellas, sabían de la presencia de zánganos o si el panal podría tener reinas por cortejar. Cuáles eran celdas de almacenamiento, cuáles tenían larvas que serían las futuras obreras, dónde estaba la reina actual. Había tanto que aprender, que emprender pues en este negocio nada es fácil.
Durante la visita al galpón de empaque se conocieron muchos más detalles del arte. Ya el aroma a especias y diferentes tipos de miel se había apoderado del lugar. La degustación comenzó con miel de mastranto, guamo y la famosa miel de flores de mango. Los colores, densidad y sabor eran totalmente diferentes. La de mastranto tenía un color ámbar oscuro; la de guamo, dorada clarita; y la de mango, casi verde oscura.
Es interesante notar que cada una de ellas eran tan diferentes entre sí, que ahora se sabe, con seguridad, que las abejas no hacen miel sin aroma o color.
En consecuencia, la miel que venden en los supermercados está lejos de ser algo de calidad. Si los consumidores quieren comprar gato por liebre, pueden comprar los productos comerciales de los automercados. Aprender de quienes aman su trabajo y no negocian la calidad de sus productos es un privilegio. Por eso los emprendedores orgullosos de su trabajo no se van de Venezuela.